miércoles, 2 de julio de 2014

BARRANCO DE FORRONIAS

Había una vez, en un valle muy lejano, muy lejano, cerrado por unas montañas muy altas, muy
altas, un barranquillo muy bonito, muy bonito que unos chicos y alguna chica muy valientes, muy valientes, querían bajar. Pero mira por dónde que había un alcalde muy malo, muy malo, que se sacó de la manga un decreto por el que prohibía su descenso a cuenta de no sé qué  traída de agua que resultó que era papel mojado (nunca mejor dicho) porque un alcalde no te puede prohibir bajar por un río que, por lo visto, debe ser propiedad de otras administraciones. Destituido, muerto o derrocado el alcalde susodicho, (que te mandaba a la benemérita a poco que te veían sacar cuerdas de un maletero aunque fuera o fuese para ahorcarte en un árbol próximo) se abre la veda para bajar dicho curso de agua, -o barranco- que, además por su belleza, deportividad e interés medioambiental bien merece una visita -o dos-.
Así que, por una cosa o por otra, ninguno de los valientes montañeros lo habían bajado pese su obviedad desde la carretera del balneario, excepto uno que lo había hecho (el bajar, se entiende), por última vez, el día 18 de junio de 1995.
Sobre él recae la responsabilidad de buscar y encontrar el camino de acceso pese a que, desde que lo bajó por última vez, el Pirineo se ha elevado 6'43 cm y el barranco, probablemente, se habrá ahondado un par de palmos, pulgada arriba, pulgada abajo.
Aún así, el valiente montañero despliega todas su dotes de orientación, rastreo y guiaje (bueno y un gps) y lleva a sus amiguitos y amiguita a la cabecera del barranco en un plis plas sin dudar, titubear ni vacilar un ápice.
Llegados a este punto, constatan con alegría y cierto temor que en la cabecera (que siempre o casi siempre está seca) baja agua abundante y que ésta se incrementará notablemente por un par de surgencias, auténticas curiosidades a la vez que bellezas naturales, que encontrarán por el camino (descenso, en este caso).
Desayunan tranquilamente, se avían con los instrumentos propios y necesarios para realizar la actividad a la que han sido convocados en este paraje e inician el descenso.
El barranco presenta un marcado perfil en V  desarrollado sobre calizas y, aunque nunca se llega a cerrar, la belleza va in crescendo conforme bajan y descienden las numerosas cascadas, resaltes, escalones y marmitas que les salen al paso.
Más o menos a la mitad, un rumor sordo y aparentemente lejano les delata la existencia de la supraescrita surgencia que, como si la rotura de un dique de contención se tratara, amenazada con reventar la montaña,  tal es la presión y caudal que sale por esa raja húmeda, voluptuosa y epicúrea como pocas. Tal es la sensualidad y belleza del lugar que las parejitas (cada cual que piense lo que quiera) se arrogan a un festival de besos, tocamientos y roces que hacen subir la temperatura ambiental bastante más que la del agua que, ahora mismo, es fría de cojones.
Tres cascadas, tres...(cataratas o saltos de agua se entiende en este caso) son las que les quedan para finalizar esta actividad gozosa, divertida y solaz que promete un fin de fiestas casi épico dado que las cascadas (o cataratas) que quedan por descender son largas como un día sin pan y el caudal, ahora mismo, se ha incrementado alomenos un cuatrocientos por cien con respecto al que han disfrutado en cabecera.
En la cascada (o catarata) antecedente (¿o precedente?) la que va después, coño!!!! de la surgencia les asalta una duda que, pertinazmente, les rula por la cabeza. Si llegarán las cuerdas y, en caso afirmativo, si habrá debajo un rebufo comebarranquistas dado el incremento notable del caudal. Tras acalorada deliberación, mandan a uno de los valientes en misión exploratoria  mientras éste, consciente de su funesto destino, les increpa y les asegura, que si sale vivo de ésta, no les vuelve a hablar nunca más.... todo esto de buen rollo, of course.
Pues bien. No hay problema. Ni en esta ni en la subsiguiente pese a que ésta presenta una marmita colgada con paredes pulidas y profundidad variable que les hace patinar, resbalar y resoplar para salir de ella más de lo que, por dignidad, sería deseable.
Una última cascada (o catarata) les queda para rematar la faena. Y ésta es la más larga, de cuarenta y pico metros de vellón de los cuales, más de la mitad, son volados.
Y ya está. Pese a las dudas y reticencias iniciales y finales, el guía valiente los devuelve otra vez al coche sin dilación y sin dudar para concluir la jornada (al menos en lo que se refiere de su parte barranquista-aventurera) en el cortijo de la novia de uno de ellos mientras éste les deleita con un concierto de violonchelo (con más voluntad que acierto) entre trago y trago de cerveza.
Hala pues...

2 comentarios:

cristina dijo...

¡como domina el instrumento! que deleite para los sentidos...

Pirene dijo...

¡¡¡Oleee!!!! que gozada tú! eso es aprovechar el día y no lo que se ve porai!

Aiba pues!