Lo cierto es que, con las informaciones que nos dan unos y otros (estado de la nieve, estado de la vía, estado del tiempo, estado mental....) decidimos al final que pasamos

de hacer la parte más chungalí de la cresta y nos vamos a pegar una panzada de andar, pero sin trepes y destrepes, lo que nos ahorra cinco o seis kilos a cada uno en material en las costillas. Cenamos y nos vamos a dormir enseguida. Inolvidable la sesión de ronquidos, bufidos, toses, suspiros y demás ruidos, con la actuación estelar de un palomo que llegó a las doce y media de la noche y, en vez de meterse en el saco silenciosamente, se dedicó a sacar zarrios de la mochila y a comerse una bolsa de rufless, ganchitos, chetos o lo que cojones se comiera a esas horas. Deseándole con toda nuestra alma que se le cruzaran en el hiato esofágico y que el Sumo Hacedor tuviera a bien llamarlo a su vera, nos dormimos (a ratos) hasta las seis menos cuarto de la mañana que suena el despertador.
Una vez desayunados y pagada la cuenta, es la hora azul cuando marchamos subiendo al lado del torrente de Giás que se despeña desde muchos metros más arriba. La primera parte se gana desnivel sin conocimiento. En los sitios que son propicios hay un camino bien marcado pero la mayoría del trayecto

se realiza por encima de enormes caos de bloques y por laderas de roca viva pulida y erosionada por los glaciares cuaternarios. Nos juntamos con un grupo de abuelos catalanes que han salido un poco antes que nosotros. Es que, nosaltres som de motor diesel y vosaltres sou de gasolina, nos dicen cuando los adelantamos. Sí, sí, ya querría tener yo el motor que tenéis vosotros. Yo, a vuestra edad, tendré la junta la culata rajada, la trócola del cigueñal paralelo doblada y la biela femoral cistitótica en el banco de pruebas. El caso es que subimos juntos hasta el ibón de Giás superior donde, definitivamente, los dejamos atrás.. Ahora, nuestros pasos y nuestras almas se encaminan al collado que tenemos a la izquierda donde llegamos en poco menos de media hora desde el Ibón. Desde aquí, tenemos a la vista todo lo que pretendemos recorrer hoy, tres aristas de las que estamos justo en el punto donde se separan. Optamos por ir a la derecha. Una ladera de piedras como lavad

oras nos lleva hasta el primer tresmil del día, la punta Lourde-Rocheblave, de 3014 m. y dedicada al montañero francés Léonce L-R, fundador del Club Alpine Francaise de Burdeos y constructor, entre otros, del refugio de la brecha de Tucarroya. Desde allí, muy cerca se ve la torre Armengaud pero el paso acojona. Luego, una vez llegados a ella en pocos minutos, te das cuenta que no era para tanto. Algún paso de II en buena roca pero con un patio que, si se te va un pié, te vas de tragos esa noche con Freddy Mercury. Vuelta otra vez a la punta Lourde y bajamos por territorio francés hasta la punta Camboué. Manda huevos esto del tresmilismo. Acabo de subir a un tresmil bajando. Adem

ás, si el cálculo no me falla, es el que hace el número 100 de mi lista, cosa que, ni me preocupa lo más mínimo, ni pretendo hacer los 212 que dicen que hay. Esto servirá, únicamente, como excusa para celebrarlo con los colegas y echar güenos tragazos algún día de éstos. Bueno, el caso es que el destino, (que bonito), ha querido unir a mí, un humilde montañero mediocre y reumático, con Louis Camboué, un pireneista originario de Tarbes, que, el 13 de agosto de 1905, fué el primero que subió a este pico, a la sazón, el último 3000 virgen que quedaba en la France.. En ese pico, se inicia una cresta que, sin ser difícil, es entretenida, la que lo une con otro tresmil más, el Pico Saint Saud. Ya van cuatro, llevamos un buen rato pateando por aquí arriba y todavía nos queda tajo. Habría que echar un bocao pero, pese a que en el valle el día debe ser sofocante, aquí sopla mucho viento y hace un frío que pela. Vamos a buscar un resguardo. Cruzamos un nevero en diagonal, otra vez hacia el collado de Giás y, en un trasaire, echamos un bocao que nos sabe a gloria. Llegamos nuevamente al collado donde nos juntamos con los ca

talanes que bajan de los Clarabides y con un grupo de vascos que han subido desde Francia por el valle d'Aure. Esto era un catalán, un vasco y un aragonés que se juntan en el monte y va el catalán y diceeeee....no espera, era el vasco que le dice al catalán: Oye, y tu mujer cuando hacéis el amor ¿cuando grita más?, y va el aragones y diceeeee...no, espera que me estoy liando...dice el catalán...no, que no es así...bueno, que da igual, ya os lo contaré otro día. Total que subimos con los vascos al Clarabide oriental de 3012 m. y con ellos recorremos los tres picos homónimos desde los que tenemos unas magníficas vistas de todo lo recorrido hasta ahora y de la pirámide del Giás, a la que nos dirigimos. Parece muy difícil, pero no lo es. Una chimenea surca toda la cara norte de la cúpula somital y en un par de trepadas llegamos arriba. Pico Gias, 3011 m. y último del día. La bajada la vamos a hacer por la brecha de Giás, una ladera muy pendiente y cubierta de nieve. Bajamos del pico, nos calzamos los punchos, empezamos a bajar y, de repente, se suelta una enorme placa de nieve y arrastra a P

ol ladera abajo. Aunque intenta detenerse con el piolet baja casi hasta abajo. Desde arriba, aparentemente, no se ha hecho nada pero bajo rápido y veo que (no me preguntéis cómo) se ha clavado los dos crampones. En cada rodilla lleva un agujero elegante del que sale abundante sangre. Joder, macho. Entre las greñas y los agujeros sangrantes pareces a Jesucristo ¿Puedes continuar? ¡Hala pues...! A partir de aquí la bajada ya no tiene misterio. Se trata de continuar el camino que hemos seguido esta mañana primero hasta el ibón y luego ladera abajo hasta el refugio al que llegamos a las tres en punto de la tarde. Antes de curar heridas ( a mí también me sangran las rodillas y no se dónde me lo he hecho) nos apretamos una galimba que, aunque a precio de Möet Chandón, nos sabe a gloria bendita. El track de la ruta
aquí.
Comemos tranquilamente e iniciamos la bajada al valle que, presuponemos, va a resultar larga, pesada y aburrida. Pues no, amiguitos y amiguitas. Es lo que tiene

ser aficionados a la botánica. Vamos clasificando y diciendo los nombres (científico, castellano y aragonés a poder ser) de toda especie verde que nos sale al paso. Así, además de no aburrirnos, nos sirve de repaso. (si, ya lo sé, es un coñazo venir con nosotros al monte.) De entre todas, destaca la extraordinaria abundancia de una bella flor conocida como leche de gallina, llamada por los listos
Ornithogalum del latín
Ornithos (pájaro)
y galum (leche)
. Y vosotros y vosotras que tenéis mentes inquietas, reflexivas e inquisitoriales os preguntaréis que porqué se llama así esta singular planta. Pues porque los botánicos que la clasificaban, allá por el siglo XIX, año arriba, año abajo, decían que era una especie tan difícil de ver como un pájaro que diera leche. Obviamente, aquellos científicos no estuvieron la Ball de Estós.
Con estas disquisiciones, y alguna más que no viene a cuento, llegamos al parking donde nos espera el sufrido coche de Pol con un amortiguador petao, lo que no nos impide llegar a nuestros respectivos hogares, eso sí, tras abrevar convenientemente en un bar de Benás.
Hala pues....
...Y salta el Aragonés....la mía, cuando más grita, es cuando termino y me limpio la chorra con las cortinas....juas, juas, juas...