domingo, 1 de marzo de 2015

UNA VUELTA (LARGA) POR LA SOLANA DE FISCAL

Me da vergüenza reconocerlo, queridos y queridas amiguitos y amiguitas. Pero sí, no conocía la Solana de Fiscal. Había oído hablar cientos de veces de esos pueblos abandonados, de los jipis que los habitan, de las circunstancias del abandono... incluso conocía algún descendiente de los antiguos habitantes pero nunca se habían dado las alineaciones planetarias correctas como para ir a visitarlos. Únicamente pasamos, en la inolvidable travesía de San Úrbez, por dos de ellos cuando atravesamos de norte a sur su vertiente más oriental.

Bueno, pues el domingo 22 de febrero, San Abilio, San Macario y San Aristión de Corcona, un nutrido grupo de andarines y/o paseantes nos disponemos a darles un tiento a esos parajes. El grupo lo forman Silvia y Juan Carlos por un lado, nuestros comunes amigos Miguel, Pili, Loli, Javier y Cristina y por último, Pol, el Yeti (los pongo juntos por eso de los pelos) y el que  esto escribe modestamente.
Una vez coordinadas nuestras agendas y nuestros relojes, quedamos en el cruce de Giral al que subimos por una mala pista. En vez de describir los lugares por los que pasamos, me permitiré robar a mi buen amigo Cristian Laglera su información, mucho más elaborada, contrastada y objetiva que la mía. Así pues, de Giral, donde, aparte de visitar las menguadas ruinas del pueblo, buscamos (y encontramos) una sorprendente piedra con grabados y que ha sido, en buena medida, uno de los intereses por los que he aceptado esta invitación (como si hiciera falta que me convencieran para hacer cosas de estas...). De Giral, por camino perfectamente trazado y señalizado y siguiendo sendas seculares y cabañeras milenarias, llegamos en poco tiempo a Castellar, idealizado, uniformizado y  bucolizado por la nieve recién caída sobre los  increíbles muros que lo  rodean y que, seguramente, le debieron dar nombre allá en los oscuros años de la alta edad media. Se nota (plásticos, lonas, algún invernadero...) se oye (gallinas y algún perro) y se huele ( evocador y reconfortante humo de leña) vida, aunque no vemos ni un alma mientras hacemos un recorrido pausado por sus arruinadas calles.
De Castellar, saltando tapias, bancales y adivinando sendas, nos plantamos en unos minutos en Semolué, mínima aldeúcha comida literalmente por la vegetación. 
Todo el monte por el que transitamos es así. Aquellas laderas, que a principios del siglo XX deberían estar literalmente arrasadas por dar de comer a miles de bocas y calentar cientos de hogares desde la edad media (o quizá antes), fueron confiscadas, expropiadas y robadas a sus legítimos propietarios para plantarlas de pinos en vistas de la futura construcción del hoy inexistente y desechado pantano de Jánovas. Visto con la perspectiva que dan los años, y dejando atrás cuestiones morales, sentimentales y melancólicas, a aquellas gentes se les hizo un favor. Esos lugares no están hechos para vivir personas en el siglo XX. Esas ruinas, fueron la consecuencia de una política colonizadora de la alta edad media y estaban abocadas a desaparecer. No fueron las formas, (pero eran las que gastaban Paco el Genocida y sus secuaces), pero aquello no hizo más que acortar una agonía que se arrastraba, por lo menos, desde la Guerra civil. Por eso no puedo menos que admirar, que no entender, que haya gentes que se hayan trasladado desde la comodidad, temperatura y medios de las grandes ciudades a vivir entre esas ruinas cubiertas de nieve. Con uno de ellos, que nos ha salido amablemente a saludar, charramos un rato.
De Semolué volvemos sobre nuestros pasos, salimos a la pista cubierta de nieve y donde vemos gigantescos caxicos salvados milagrosamente de las talas, las excavadoras y las apuestas de leñadores con poca sed y, en suave ascenso, llegamos a Cájol.
Pueblo grande debió ser éste. Dos barrios separados por un barranco que ahora yacen muertos igual que la gran cantidad de olmos que los rodeaban. A unos los mató la grafiosis, a otros políticas equivocadas, neoliberales y supuestamente progresistas.... mira, no se a qué me suena esto....
De Cájol, continuamos por una pista casi llana que bordea la cabecera de un barranco absolutamente erosionado y que abandonamos para coger un sendero en ascenso que nos llevará, entre tapiales, vistas cada vez mejores y nieve abundante y sin pisar en la que te hundes hasta más arriba de la rodilla, al collado donde se enclava la ermita de Santiago.
Visto el lugar donde se asienta, esa construcción del siglo XVIII vendría a sancionar algún tipo de conflicto con los lindes o bien, si hubo un edificio anterior, cristianizar el cerro cónico situado al sur y que tiene toda la pinta de ser un yacimiento arqueológico desconocido e inédito.... habría que preguntar a los antiguos habitantes de estos parajes qué se contaba de este lugar, interesantísimo y bellísimo, por otra parte.
De la ermita, un sendero perfectamente marcado y señalizado nos lleva a media ladera a la cabecera del barranco Llardó donde, desde lejos, vemos que en algún momento reciente ha ocurrido un debacle. El huracán Jennifer o el ciclón Wanchung debió recorrer esas ladera y derribar árboles centenarios tronchados a metro y medio de altura. Árboles que, claro, están cruzados en medio el camino convirtiendo lo que estaba siendo un relajado descenso, en un festival de contorsiones, reptaciones y juramentos.
Pasado este tramo, ya queda poco para llegar a Sasé pueblo que fue, hace unas décadas, referente y bandera de la okupación neorrural.
En recuerdo a ese movimiento, todavía hay algún joven y muchos perros con los que hablamos (con los jóvenes, con los perros no...) mientras buscamos un sitio para comer.
Recorremos el pueblo, fotografiamos sus ruinas y el crismón de la iglesia antes de aposentarnos en una campa donde damos cumplida cuenta de las viandas que portamos y compartimos.
Parece que estamos ya cerca del final... pero no. Resulta que una vez comidos y poseídos por la vagancia y la molicie, tenemos que subir un buen trecho antes de coger una nueva senda que, esta vez sí, inicia un franco descenso hacia el río Ara y la población de Fiscal.
Un precioso caxicar nos acompaña, alumbrado por las luces de la tarde mientras descendemos hacia la ermita de San Miguel que nos anuncia la cercanía de la civilización con su luz eléctrica, sus carreteras, y su cerveza esperando en el bar.
Previamente, habíamos dejado un coche aquí para hacer la combinación de vehículos cosa a la que se aplican aquí mis amigos, mientras yo, pa variar, me voy al bar con las miembras femeninas de la expedición a celebrar el éxito de la andada.
Bueno, si queréis el track, aquí está.
Hala pues...

3 comentarios:

Cristian Laglera dijo...

Nunca es tarde para conocer La Solana JM; para los nostálgicos de los pueblos deshabitados es posiblemente la zona más apasionante (junto a Sobrepuerto)de todo el Pirineo.
Abrazos.

Pirene dijo...

¡Que gozada de sitios! más vale tarde que nunca ¿no?

Ale pues!

Anónimo dijo...

yo fui el que puso juan en la piedra hace unos 3 años, no lo puedo creer jajaj me encanta esta pagina.