
Habíamos dejado a nuestros cuatro amiguitos protagonistas de esta historia contentos como crabas recién buquidas porque, gracias a los Dioses, a la suerte o al Sumo Hacedor, habían conseguido plaza en el inaccesible y selecto refugio de Gouter y porque las predicciones de la Maison de la Montagne y de la oficina de turismo de Chamonix anunciaban dos días buenos, tiempo más que suficiente para encaramarse al techo de los Alpes y, de paso, de toda Europa occidental que era, a la postre, para lo que habían ido a aquellos lejanos parajes tan distantes de sus soleadas y queridas montañas pirenaicas. Pero hete aquí que las cosas se tuercen ya desde aquella misma noche previa a la subida al refugio. Uno de ellos, no se sabe si por las galimbas, por la cena, por el cambio de aguas o vete a saber tú porqué, empieza aquella noche a expeler de su cuerpo serrano toda suerte de subproductos tanto sólidos como líquidos y gaseosos. Obviamente, el cuerpo que se le queda ya no es serrano si no que empieza ser más tirando a york y poco adecuado para comerse de tirón los 1683 m que hay desde el Col du Mont Lachat, (donde te deja el Tren de cremallera que este año no sube hasta nid d'Aigle por estar la vía en obras) hasta el

refugio de Gouter donde pretenden dormir (o al menos descansar).
Así que son tres los que, a partir de ahora, iniciarán el ascenso desde la población de Saint Gervais. Primeramente cogen el tramway du Mont-Blanc, a decir de la publicidad el más alto de Europa. Por paisajes cambiantes e impresionantes y tras un recorrido de una hora donde han disfrutado de la presencia de una docena de japonesas (o chinas, o coreanas o tailandesas...) que les hacían fotos, a escondidas al principio y sin ningún pudor una vez que el tren ha parado, les ha dejado en el Col du Mont Lachat. Aquí se inicia el llamado camino de las Rognes, no siendo el camino habitual para subir al Mont Blanc por ser bastante más largo pero también (como constataron a la

bajada) bastante más bonito. Al principio sube por una ladera cubierta de rododendros pero enseguida se alinea hacia el norte y empieza a subir con ganas. Los tres amiguitos van adelantando numerosos grupos, la mayoría de ellos germanos y rusos que, con mochilas como armarios roperos de tres cuerpos, suben a paso de catafracta romana (y con el mismo ruido de hierros y cachivaches). Llegan a una zona donde ven abundantes bucardos. Curiosos bichos estos. Los machos, reunidos en una manada, se dedican a sestear, comer, rascarse el lomo con los inmensos cuernos y lamerse los huevos de forma literal y reiterada mientras que las hembras, bastante más arriba, están cuidando de las crías nacidas, piensan, este año. Mismamente como muchos ejemplares humanos. A estos solo les falta una televisión que retrasmita la eurocopa y una galimba en las pezuñas. Comentando esta divertida metáfora faunística siguen subiendo por el camino que aprovecha diversas fajas, algunas de ellas talladas en la roca y equipadas con sirgas, hasta que salen a la zona llamada Desert de Pierre Ronde donde enlazan con la vía normal. Durante toda la subida han disfrutado de las vistas sobre l'Aiguille du Midi, de las Grandes Jorasses y de otras agu

jas y picos que, ahora, están empezando a desaparecer envueltas en grandes, hinchadas y feas nubes negras.
Con cierta aprensión, pero con el convencimiento de que la meteo es infalible en este territorio y les había augurado dos días de buen tiempo, nuestros amiguitos continúan ganando metros a la montaña hasta que llegan, después de una buena sudada, al refugio de Tête Rousse. Están ya en el mundo de la High mountain, no en vano, el refugio se sitúa a 3167, mucho más alto que la mayoría de los picos del Pirineo. Allí paran a comer. Portan alimentos para personas humanas dejando los geles, barritas energéticas y demás ponzoñas sintéticas para el día de cima. Así, le hacen homenaje a un kilo

de queso de oveja, varias lonchas de jamón per cápita y a un chorizo regado con una cerveza comprada en el refugio a ¡¡¡5 Leuros la lata!!!!! Descansan un poco mientras miran con incredulidad la conocida como Aiguille du Gouter, por donde han de subir para llegar al refugio homónimo. Vista desde allí, parece imposible subir por aquella pared máxime cuando saben que los pasos más complicados no pasan de IIº. Con pereza, cruzan el glaciar de Tete Rousse y la zona de acampada libre y encaran la aguille. A los pocos minutos se topan con la famosa "bolera". Mucho habían oído y leido de aquella barranquera por la que caen piedras desde arriba siendo éstas las bolas y los montañeros que tratan de cruzar, los bolos. Pues, pese a la leyenda negra que acompaña a tan singular paraje, y después de un rato observando como pasaban, en una y otra dirección, varias cordadas no vieron caer una sola piedra con lo que cruzaron, con un ojo arriba y otro en el suelo, eso sí, con circunspección y parsimonia y sin usar la sirga que la atraviesa de lado a lado. A partír de aquí se suceden trepadas y más trepadas, por una pared aparentemente inacabable pero pintoresca y variada en cuanto a la presencia de las más diversas culturas del mundo, como si fuera aquello una reunión de la ONU o un festival de Pirineos Sur. Japoneses y japonesas, alemanes y alemanas, vascos y vascas, catalanes y valencianas, franc

eses y franceses, guías llevando a sus clientes como perritos atados de la cuerda.... circulan ante sus ojos mientras nuestros amiguitos salmodian, dependiendo del careto de los que bajan, Bon jour, Gut afternun o Gutentag. La mitad superior, más empinada, está equipada con sirgas y cuerdas fijas que los llevan, sin pérdida posible (si te despistas te despeñas) hasta el refugio de Gouter. Poco antes de llegar, la climatología (que como todo el mundo sabe se rige por sus propias leyes y no por lo que los humanos quieren) ya dejó claro que de los dos días buenos prometidos... los cojones. Pasamos, de repente y sin saber como, de subir en manga corta a nevar como lo hace aquí en enero y D. José A. Maldonado nos advierte que no salgamos de casa bajo ningún concepto. El refugio, lleno a rebosar, sigue siendo como la
taberna de Mos Eisley en cuanto a tipos de lo más variado y peculiar. Se registran, colocan sus posesiones en los sitios señalados y se echan otra galimbilla de a 5 no incrementándose proporcionalmente, como se temían, el precio en función de la altura. Poco hay que hacer en un refugio colgado al borde del abismo a 3817 m. así que, hasta la hora de la cena que les dicen que será a las 18 h., reposan sus maltrechos huesos en los cubículos que les han sido adjudicados. Constatan que la media de edad de los residentes es notablemente alta, no siendo inferior, calcul

an a los cincuenta y bastantes años (o eso o esto de la montaña avieja mucho...). A las cinco y media se levantan, salen al exterior y ven que está nevando. Llaman al amiguito que se ha quedado en Chamonix para ver que tal está de sus achaques y, con consternación, les comunica que, hallándose bien de salud a Dios Gracias, había ido a la Maison de la montagne en donde, por arte de birlibirloque, la predicción meteorológica había cambiado como de la noche al día. Lo que ayer iba a a ser un día soleado y caluroso se había trocado en tormentas desde media noche y vientos de más de 80 km/h a 4000 m. Un día que, de estar en casa, lo dedicarían a ver la tele, leer o estar acurrucados con la parienta haciendo lo que les dejara hacer. (que sería, ver la tele o leer...). A veces, se abren las nubes y les dejan ver el
nuevo refugio de Gouter, que se pondrá en marcha este año según les dijeron y que parece, visto desde allí, un ovni posado cuyos tripulantes les fueran a abducir para llevarles a una playa caribeña llena de palmeras con camareras ligeritas de ropa que les sirven mojit... ¡¡¡¡a cenar!!!!! .
La cena, para el sitio en el que están, es buenísima y abundantísima. Sopa de verdura, carne guisada con arroz, fl

an de chocolate y una perola de té reconfortan su cuerpo pero no su ánimo ya que las previsiones, conforme pasa el tiempo, son cada vez más desalentadoras.
Corrillos después de la cena, miradas afuera para ver como se forman enormes cumuloninbos y relampaguea en lontananza...se acuestan a las siete de la tarde, sin sueño en habitaciones petadas de gente que suspiran, cuchichean, roncan y bufan. No tienen claro si han dormido o no cuando, a las dos de la mañana, suenan los móviles y la gente se levanta como si hubiera un resorte en los colchones. Lo primero es mirar a fuera para ver como nieva y como el viento de aquella tarde se había convertido en un temporal. Un italiano dice a su lado mientras enciende un cigarro algo así como ¡Merda di tempo! Io torno a letto. Lo cierto es que, más de la mitad de los presentes se está preparando para salir y la otra mitad, se sienta a desayunar. Entre estos últimos están nuestros amiguitos que, visto lo visto, deciden definitivam

ente que no se la juegan, que no suben, que ni siquiera lo intentan y que ya vendrán, no saben ni como ni cuando, días para subir al Mont-Blanc o a otras montañas más cercanas. Ahora una vez desayunados a las dos y media de la mañana ¡Si les mandaran ir! tienen que decidir cuando bajan, si ahora, de noche, nevando, con niebla y viento pero sin nadie o más tarde cuando se haga de día y la gente que intenta el Mont Blanc se de la vuelta arriesgándose a recibir pedradas de todo calibre de los que bajen de Gouter o suban de Tête Rousse. Deciden bajar ahora. Son las tres de la mañana cuando encaran una bajada, negra como el alma de Cristóbal Montoro, con la única referencia de las luces de Saint Gervais que, de vez en cuando, aparecen entre la niebla para hacerles ver que, todavía, están a tomarpolculo de la civilización. La bajada resulta mucho más fácil de lo previsto. Con cuidado, evitando el hielo y la nieve recién

caída, conforme bajan aminora notablemente el viento. Hasta se permiten echar al cuerpo un té que, a más de 3500 m. y a las cuatro de la mañana les sienta mejor que el mejor cubata que se hayan tomado jamás. Amanece justo cuando llegan a Tête Rousse donde no se detienen. A partír de allí, ya sin luz de frontal, desandan el camino de subida disfrutando de un espectáculo de luces y sombras difícil de olvidar. En vez de coger el camino de las Rognes, desobedeciendo ordenes de la Mairie de Saint Gervais y bajo pena de severas multas, cogen el camino del Desert de Pierre Ronde hasta la cerrada estación de Nid d'Aigle y de allí, por la vía en obras, a la estación de Mont Lachat donde cogen el primer tren que llega a las 9 en punto de la mañana. Poco más hay que relatar. Esta bonita historia está llegando ya a su final. A Sainte Gervais llega el amiguito de la tripita mala, afortunadamente ya repuesto, que los recoge en el coche y los lleva a Chamonix donde, pese a no haber consumado, se dan un homenaje culinario por su sitio, tarde de compras y turismo por Chamonix (donde visitan, entre otras cosas, el cementerio donde se dan cuenta lo poco que es el género humano f

rente a la montaña y que ésta no distingue de sexos ni nacionalidades ni edades) y vuelven a sus respectivas moradas al día siguiente dejando la población alpina de la misma manera que la encontraron; lloviendo y envuelta en el fragor de los truenos y los relámpagos (o al revés).
Llegados a Biescas, una cosa llamóles poderosamente la atención. Después de 2400 km por esas carreteras dieronse cuenta que no habían visto más que un coche de los Carabinieri en Italia y uno de la Gendarmerie que acudía raudo a un accidente en Francia. Sin embargo, nada más pasar la frontera del Portalet se cruzaron hasta tres coches de la Benemérita en apenas 25 km. Sintiéndose más seguros que nunca, pues de ninguna manera hay que pensar que los agentes beneméritos son meros cuerpos coercitivos y recaudadores para paliar la maltrecha economía de nuestro país, celebraron el fin de su aventura alpina con una buena cerveza a precio más que razonable visto lo visto y felices pues, pese a que les han subido la luz, el agua, el gas, el IVA y les han quitado la paga de navidad, han ganado,pobrecicos míos, la Eurocopa .
Hala pues...