
Había una vez, un grupo de amiguitos de una asociación ubicada en un pueblo pirenaico que pasaban parte de su tiempo libre restaurando una pequeña ermita situada muy cerca de su pueblo. Estos amiguitos, no es que fueran especialmente religiosos, pero creían que el tiempo se aprovechaba mejor restaurando el patrimonio legado por nuestros antepasados para que lo disfruten las generaciones venideras, que atontándose delante de la tele o jugando al guiñote en cualquier bar. El caso es que, estos amiguitos, hace unos días subieron a reconstruir la ermita y colocaron una imposta de piedra, hecha por uno de ellos ya que era un buen cantero, para después, empezar a construir la bóveda. La dejaron colocada y, orgullosos de su trabajo, se fueron a sus casas. Pero, mira por donde, llegó a la ermita un HIJODEPUTA y creyó que esa imposta estaría mejor en su jardín o, probablemente, en algún hogar que se estaba construyendo. Así que el HIJODEPUTA, probablemente con nocturnidad y alevosía, arrancó la imposta y se la llevó a su casa después de derribar media pared. Y colorín colorado...este cuento no ha acabado.
No ha acabado porque volveremos a hacer y colocar otra imposta y, pese a malnacidos como el HIJODEPUTA antes mencionado, levantaremos esa ermita para que, nuestros hijos y nietos la disfruten.
Moraleja; sólo para el HIJODEPUTA.
No creo que sepas leer y, si sabes, probablemente con tus pezuñas te será bastante difícil encender un ordenador pero, si así fuera, que sepas que, de corazón, sólo te deseo que te salga una piedra en el riñón del mismo tamaño que la más grande que nos has robado. ¡CABRÓN!
Pues eso...