miércoles, 25 de marzo de 2015

CIRCULAR POR CENARBE

¿¿¿¿¿¿¿COMO????????? ¿Qué nos vamos a quedar en casa solo por que den 100% de lluvia, descenso de temperaturas y día propicio para manta, sofá y arrumacos a la parienta en frente del hogar? ¡Y una m**rd*!! Estoy hasta los mismísimos de días apacibles, abúlicos, hogareños y cálidos cagüenla ya!!!!
Vale que no podemos hacer lo previsto, más que nada porque la roca mojada tiene la mala costumbre de resbalar, pero vamos a salir a algún lao, anda, que si no se me van a caer las piernas de esta apatía y holganza que me embarga hace días por unas cosas u otras.
Afortunadamente, todavía hay gente que no se asusta de previsiones catastrofistas y están dispuestos ¡a mojarse nada menos! con tal de salir al monte.
Después de abundantes cruces de güasap y de tener preparada la mochila de barrancos, la de escalar, la de andar, la de la señorita Pepis y la de los donuts que se me olvidaba cuando iba al cole ( y tras consulta matutina de varias páginas de meteorología, rádares de precipitación y al chamán de la aldea), decidimos ir a lo seguro. Vamos a andar un rato, a ver que nos deja hacer esta mierdatiempodeloscojones.
Reunión a las ocho en Villacloro Silvia y J.C, Pol y yo mismo. Entre las varias alternativas barajadas nos decantamos por una circular por Cenarbe, pueblo abandonado cercano a Villanúa y donde no hemos estado (excepto Pol que sí) y vuelta por otro camino que pasa al lado de un dolmen que tampoco conocemos (excepto Pol, que sí).
La verdad que el recorrido no tiene ningún misterio y es muy fácil y muy cómodo de realizar.
A Cenarbe se sube por pista que pasa al lado del famoso viaducto del Canfranero, construido a finales del siglo XIX para ganar altura mediante una curva casi helicoidal y al lado también de una ermita, advocada a San Juan, que es el único resto reconocible de un despoblado medieval de nombre Izuel.
Hubo una época de mi vida en la que me entusiasmaba esto de los despoblados medievales. De hecho, hasta publiqué un libro viendo la enorme densidad de poblamientos desaparecidos  que dejaron en los pueblos cercanos un poso de leyendas, de historias, de supuestos tesoros o de ermitas, como es el caso...
Sorprendentemente, un libro para especialistas y frikis, que yo suponía que no lo leería nadie, supuso conocer gente muy interesante (y al parecer igual de raro y friki que el que esto escribe). Baste mencionar eminencias (al menos en su casa) como Cristian Laglera  u Oscar Martín (al que le robo el mapa que acompañaba al libro, hecho por una magnífica dibujante amiga mía, y que yo no tengo escaneado, aunque tengo enmarcado el original en un lugar destacado de mi casa).
Pues na, que de todas estas cosas hablamos mientras avanzamos poco a poco hasta llegar a Cenarbe reducido apenas a un topónimo en los mapas ya que algún guay se le ocurrió dinamitar las casas por el peligro que ofrecían (y supongo que para recoger las piedras más cómodamente y venderlas a nuevos ricos  que se hacían sus chaletitos al calor de la bonanza económica de los 80-90)
Lo único reconocible y visitable es lo que debió ser su magnífica iglesia. Románica en origen aunque con profundas reformas en el siglo XVI. Mucho debió crecer el pueblo en esa época como para construir dos amplias naves laterales separadas por arcos formeros.
Otra cosa llamativa es la torre, construida en las mismas fechas que la ampliación de la nave y claramente defensiva. Allí está, agonizando mientras mantiene el tipo con dignidad, con su entrada elevada, sus aspilleras y hasta su matacán para echarles cosas en el cráneo a los malos que vienen a robar tu grano y violar a tus ovejas.
Echamos un bocado. Sigue sin llover y no tiene pintas, aunque la temperatura no es primaveral precisamente. Agilizamos la maniobra y enseguida cogemos un sendero que parte por detrás de la iglesia y que nos bajará, sin pérdida y por bosque cerrado a ratos, a Villanúa.
Antes nos desviaremos a la derecha durante unos metros para llegarnos al llamado dolmen de Diez Campanas. Si preguntamos por este curioso topónimo a las dicharacheras chicas de la oficina de turismo o leemos algo en algún folleto, nos dirán que proviene del hecho singular que, desde allí, se pueden oír las campanas de diez pueblos nada más y nada menos... Claro que, si conocemos el valle, nos costará contar diez pueblos que, en el entorno inmediato, tañan o hayan tañido sus campanas y que se hayan oído desde aquí. La cosa es más sencilla y no tan rebuscada. El topónimo, en realidad, no es "campanas" si no "capannas" y proviene del latín homónimo que significa "choza o cabaña" y éste a su vez del verbo capere "caber"... usease, que el dolmen en cuestión es el dolmen de las diez cabañas... quizá el propio megalito, que se yergue allí desde el 4000 a.C., día arriba, día abajo, haya sido una de esos refugios.
Diez minutos de descenso por senda, cruce de las vías del ferrocarril, y entramos en Villanúa por la zona residencial, admirando chaletes que nosotros nunca nos podremos permitir (ni queremos, pa qué vamos a decir lo contrario.... con lo que debe costar calentarlos, limpiarlos y segar esos jardines...)
Sigue sin llover así que comemos tranquilamente al lado del coche y la jornada termina en un bar entre cafeses y orujicos pa entrar en calor mientras afuera, ahora sí, empieza a llover como si no lo hubiera hecho nunca...
El track, aquí.
Hala pues...

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